viernes, 17 de junio de 2011

Imposible, inolvidable

Extraído del diario La Tercera del lunes 13 de junio de 2011. 
Por Marcelo Simonetti


Marcelo Simonetti

Por razones que no viene a cuento explicar, tuve que seguir el partido de ayer como lo hacían nuestros abuelos: lejos del estadio, oreja pegada a la radio. Ni siquiera tenía a mano un televisor para ver la señal del CDF.  Ni siquiera otro ser humano común y corriente con quien compartir las alternativas de la final, a quien abrazar o putear según los colores que llevase pintados en la piel. Lo viví solo, casi en el desierto, con una radio que reproducía el relato emotivo de Ernesto Díaz Correa. Me consolaba el saber que si el desastre sobrevenía, cuando menos no vería pasar frente a mi ventana el carnaval de los otros, el festejo ajeno, que tanto duele.


Confieso que no tenía demasiadas esperanzas, que luego del partido del jueves me había resignado a un premio inventado, sin copa que levantar, un sucedáneo para paliar la tristeza: no hubo otro equipo más ofensivo que la "U". Si hasta me había inventado una frase de batalla, suerte de eslogan, para desovillar una vez que me viera las caras con los más fanáticos hinchas cruzados que venían celebrando desde el jueves en la noche: convengamos que de atacar a atacar, a la 'U' nadie le puede ganar. Que me restregaran el título en la cara daba igual, si de atacar a atacar a la 'U' nadie le puede ganar. Dijeran lo que me dijeran, iba a estar preparado, porque de atacar a atacar a la 'U' nadie le puede ganar. Y así, tenía la respuesta precisa.¿Cuánto podía durar la tristeza? El sábado por la noche quise soñar con la victoria de la "U". Me dormí pensando en el título conseguido en El Salvador, el penal a Salas y la anotación de Mardones desde los 12 pasos, en 1994; algunas postales del año siguiente, cuando con "Leo" Rodríguez moviendo los hilos, la "U" volvió a campeonar; me dormí pensando en la definición a penales del 2004, cuando el equipo del "Negro" Pinto se impuso a Cobreloa y la celebración terminó en el Mercado Central, cerca de las seis de la mañana. Pero en vez de eso soñé un sueño de mierda: un perro me mojaba el pantalón y unos cabros chicos me asaltaban a la salida del Metro.Supuse que iba a ser un mal día, hasta que me acordé de un personaje que hay en un cuento de Borges (Jaromir Hladík, en El milagro secreto), quien luego de advertir que la realidad no suele coincidir con las previsiones, "infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda". Claro, si lo imaginas, no sucede. Me alegré entonces de no avizorar por dónde la "U" podía dar vuelta ese 2-0 en contra.Admito que no enloquecí con el primer gol de Canales, que lo celebré empuñando mi mano derecha y soltando un coloquialismo sentido. Nada más. Recién cuando Canales marcó el 3-1 comprendí que todo lo que habíamos vivido hasta entonces tenía sentido, que había una razón de ser para tanto sufrimiento, porque los equipos construyen su grandeza a la medida de los desafíos que tienen que salvar y el de esta tarde era, sin duda, el más grande de todos: un rival que había cumplido a la perfección la ruta para conquistar el titulo. Me atrevo a decir que incluso se lo merecía, pero carecía de dos factores fundamentales: la camiseta azul, que tiene historia, y una hinchada que también gana partidos.
Cuando terminó el partido, celebré solo. Imaginé el carnaval allá lejos, en Santiago. Los cánticos, las lágrimas, el festejo desatado. Y yo como ese hincha sin brazos que se acerca a Tarantini y Fillol una tarde lejana de 1978. Intentando un abrazo imposible. Intentando un abrazo inolvidable.
Fotografía a la que hace alusión Simonetti, en que un hincha sin brazos pareciera abrazar a Tarantini y Fillol luego de que Argentina saliera Campeón Mundial en 1978. La fotografía fue llamada "El abrazo del alma".

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